Año 1985. ¿En qué puede gastarse un adolescente la paga de dos fines de semana? En un fotomatón.
Fue pensarlo y hacerlo, bajar rápidamente al fotomatón, gastar 400 pesetas (una fortuna en aquel entonces).
Pero hacerse fotos en el fotomatón era una experiencia muy seria y que conllevaba un ritual: girar vueltas y vueltas la banqueta hasta situarla a la altura correcta, limpiar con la camiseta el cristal que protegía la cámara, peinarse, pulsar el botón rojo, respirar hondo y esperar los cuatro fogonazos del flash. No había posibilidad de repetición. El fotomatón era una experiencia de vértigo: esas fotos serían las definitivas para cualquier carné de identidad o el de la Vespino durante varios años.
Tras los fogonazos, a esperar fuera y escuchar sonidos de engranajes hasta que las fotos son escupidas por una abertura en la parte inferior de la máquina con el ruido de un secador de fondo. Pasan varios minutos, se apaga el secador y... por fin, a ver el resultado.
Pero hacerse fotos en el fotomatón era una experiencia muy seria y que conllevaba un ritual: girar vueltas y vueltas la banqueta hasta situarla a la altura correcta, limpiar con la camiseta el cristal que protegía la cámara, peinarse, pulsar el botón rojo, respirar hondo y esperar los cuatro fogonazos del flash. No había posibilidad de repetición. El fotomatón era una experiencia de vértigo: esas fotos serían las definitivas para cualquier carné de identidad o el de la Vespino durante varios años.
Fotomatón. Imagen de Aurélie Nivalle |
Tras los fogonazos, a esperar fuera y escuchar sonidos de engranajes hasta que las fotos son escupidas por una abertura en la parte inferior de la máquina con el ruido de un secador de fondo. Pasan varios minutos, se apaga el secador y... por fin, a ver el resultado.
Más tarde en casa, a colorearlas y recortarlas para formar una pirámide.
Recuerdo que hice dos pirámides, o sea, que me gaste el doble, pues cada sesión de fotomatón sólo te proporcionaba una tira de cuatro fotografías.
La primera pirámide se la regalé a una amiga de entonces, llamada Nati, y más tarde me enteré que falleció. :( Se la regalé ya montada y siempre me decía que la iba a abrir, porque tenía curiosidad en saber qué objeto había pegado en el interior, en la base, para que fuera estable.
La segunda se la regalé a otro amigo, con el que sigo manteniendo contacto y que al verme sorprendido de que aún la conservase me la devolvió, con gran alegría de mi parte por cierto.
Han pasado muchos años y curiosamente tengo unas gafas muy similares a aquellas de marca INDO que llevo en las fotografías:
Y así, con esta chorradica, tengo un artículo más en el blog.
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